Mas quiso la fortuna que el jubón que yo portaba dejara de ser inmaculado y pasara a ser posada y abrevadero donde aliviar las urgencias de su estómago, tomando a un servidor como base de su condumio, algo que a la larga fue su perdición, pues un riesgo tan poco medido acabó por tornarse en letal. Decía llamarse Nematócero Andantis, pero poco viene a nuestro cuento, pues apenas iniciada la historia sucumbió a su pesar, que no al mío, de un manotazo certero que le propinó una diestra mano extendida. Y aquí acaba la historia y la vida de un osado enemigo de Juan Badaya, cuyas hazañas pretendían ocupar 16 capítulos en 400 cuartillas de román paladino, pero que la mala cabeza del finado díptero hizo abortar en exactamente 200 vocablos.
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