26 jun 2013

Honor a la vieja usanza

A la vuelta de la esquina le esperaba una persona que puso mucho empeño en ocultar su identidad.
-Venga conmigo -le dijo tomándole firmemente del brazo y llevándole a un punto apartado.
El se vio definitivamente perdido. Le flaquearon las piernas al mismo tiempo que su cabeza hizo un rápido barrido a su historia reciente en busca de razones. No le extrañó, pues acumulaba más de un percance, importantes deudas repartidas por ahí y por allá, regates a la fiscalidad, impagos, alguna condena por alzamiento de bienes... 
-¿Se acuesta usted con Soledad? -le preguntó bruscamente el desconocido.
Le entró la risa de pensar que aquel hombre era el pobre marido burlado haciéndose pasar por un detective contratado para el caso. Y se envalentonó.
-Me acuesto rodeado de soledad, sí, no lo dude -le contestó esbozando una sonrisa burlona que al instante se transformó en una mueca de estupefacción y pronto en un espasmo agónico.
El desconocido limpió tranquilamente el gigantesco destornillador en la camisa del hombre tendido, se alejó guardando el arma en la manga de su gabardina, se bajó las solapas y se quitó las gafas de sol. Ahora sonreía él.
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