Tradiciones

Cuando la anciana Alicia McGregor acude al supermercado para hacer la compra ata su perro en la entrada, elige un carro y se dedica a llenarlo con viandas que luego paga en la caja registradora. De vuelta a casa mantiene un vivaz conversación con su mascota a la que hace partícipe de sus dudas y preocupaciones.

Su bisabuelo, Adam McGregor aprueba este comportamiento desde su estrado, el cuadro que descansa en la chimenea de la casa. Allí se le ve junto a su caballo, en el drugstore de la localidad, el mismo al que acude su biznieta. El ataba el caballo en el mismo lugar, hacía las compras de la misma manera, pagaba directamente en mano al tendero y conversaba con su caballo al regreso.

Lo que no sabe el can de Alicia McGregor es que en la parte trasera del jardín de la casa se alinean unos suaves promontorios, unos 15, que corresponden a los animales que han merecido el honor de formar parte de los afectos de los McGregor. Pero no acaba de entender, por más que se lo explique la última de la saga, que él también tiene un papel en esto de las tradiciones. 

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