A
los dos minutos de romper por enésima vez con su única novia de
toda la vida, oyó a su gato decir simplemente ¡miauuuu! y perdió
la compostura. Asió por el rabo al minino, lo zarandeó en el aire
como una centrifugadora industrial y lo lanzó por la ventana.
El
gato cumplió por enésima vez su obligación: aterrizó como pudo a
cuatro patas, según las ordenanzas gatunas y, según el protocolo
de mediación en conflictos de pareja que se aplicaba en el caso,
acudió a la casa de la dama despechada, se acurrucó en sus brazos
para darle consuelo y lamió sus lágrimas.
Al
amanecer, aún maltrecho por el aterrizaje, cumplió la última parte
del protocolo: regresó a la casa del organizador de viajes aéreos
que, con el primer maullido (de nuevo un ¡miauuuu! escueto y débil)
supo que era la hora de tomar el teléfono y recomponer los lazos con
su amada.
Y
es que, ya lo dijo Rodríguez de la Fuente, hay gatos que se ganan el
sueldo.
_____ O _____
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