Cuando la niña se echó novio y notó interés en sus padres por conocer quién era el candidato a yerno, se enfadó. La que elige soy yo, no acepto vetos de nadie, gritó. Sus progenitores callaron y dejaron hacer. ¡Qué orgullo! Me recuerda a mí misma, confesaba la madre. ¿Te ha ido mal o qué?, preguntaba el padre. No, se encogía de hombros ella. Confiemos, que ya estamos en el S. XXI, admitía el padre. Yo quiero que sea feliz, dijeron los dos a la vez. Rieron por la coincidencia y pronto llegaron a un acuerdo. Mañana se lo decimos, va a ser nuestra única condición. Se abrazaron. Como en los viejos tiempos
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