Tropecé con un jugador de fútbol famoso, de esos que están siempre en el candelero. Me quedé sin palabras, aturdido, sin saber cómo reaccionar, temeroso de compartir espacio con él que era, para mí, un dios. Sin embargo, él me facilitó el encuentro. Oye, chaval, me dijo, ¿sabes dónde puedo encontrar una panadería? Tartamudeando le expliqué que, en la calle paralela, nada más cruzar la esquina de la derecha. Creo que me entendió. Me dio un golpe en la espalda y se despidió con un “gracias, campeón”. Me dio mucha rabia no haberle pedido un selfi, porque ¿cómo iban a creer mis amigos que había estado con el mismo Nico Williams? Y menos, que había salido a comprar pan, algo habitual en el mundo de los mortales, no en el de los dioses.
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