Durante el paseo, el tío Machuca contó una vieja historia que conoció en su infancia. Mira, no se sabe cómo, pero lo cierto es que Facundo, de ser pregonero municipal en los tiempos que no había WhatsApp, llegó a ser alcalde durante 9 meses, los meses más embarazosos del pueblo. Porque su gobernación fue caótica. La gente pasó del estupor a la pena. Sin mediar palabra todo el mundo acabó convencido de la idiocia que padecía. Acabó cuando su madre lo mandó al hospital de un sartenazo. Nadie protestó, ni hubo atestado ni nada, todo el pueblo contento, pues se libraban de un idiota consumado e incorregible. El abuelo Simón, que ya sabía parte de la historia, no le interrumpió y dejó que su amigo fuera dando detalles de aquel bochornoso capítulo de la historia local. Pero no pudo callar cuando le vino a la mente una frase de Voltaire que se sabía de memoria: “La idiotez es una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás”. Uf, añadió con media sonrisa Machuca: Eso vale para más de un gobernante actual, ¿no? Y tanto, Machuca, y tanto.
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