Dicen que el móvil es peligroso
El adolescente había cenado con los abuelos y aguantó media hora de tertulia, pero con la excusa de irse a dormir desapareció con un “hasta mañana, familia”. La abuela sonrió y el abuelo guasón le despidió con un “duerme cerrando bien los puños”. El nieto se temía lo peor y preguntó el porqué. ¿Es que hay otra forma de dormirse? ¡Ja, ja, ja! Ya en su habitación se fue al balcón y se quedó enfrascado en la pantalla de su móvil sin percibir los sonidos de la noche. Para él dejaron de existir los grillos, las ranas, la lechuza, los vencejos, los murciélagos y hasta el gato de la casa que desfilaba por su frente sin entender qué hacía aquel humano inmóvil con la cara iluminada como un fantasma. Así pasó una hora, quizás dos, y cuando los ojos ya se rendían al sueño decidió dejar abandonar aquello y meterse entre sábanas. Separó la vista de la pantalla, miró al frente y se percató de que era de noche, muy de noche. Cuando sus pupilas se acostumbraron a la oscuridad vio algo inquietante, dos ojos redondos, grandes y fijos en él. Sobresaltado brincó sobre la silla y gritó aterrorizado refugiándose a toda velocidad en la habitación, temblando de miedo. El abuelo, alarmado, entró en su cuarto y lo calmó después de oír que un pérfido asesino le observaba en el balcón con aviesas intenciones... ¡Ja, ja, ja! Era el búho que vive en el bosque de enfrente. Viene todas las noches y seguro que tenías a los ratones pendientes de tu cara y él pretendía comérselos todos. El adolescente no las tenía todas consigo. Hala, duerme, le dijo el abuelo, tranquilízate. Y no olvides de cerrar los puños que, a lo mejor, te servirán para defenderte de un malhechor. ¡Ja, ja, ja!
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