9 jul 2025

¿A quién creer?

El volcán soltó un rugido e hizo saltar la lava amenazadora a mucha altura en el cielo, acompañándola de una intensa humareda. Los habitantes, alertados ya por las autoridades estaban lejos, pero aún seguían huyendo como ratas algunos de los más rezagados. Pronto la oscuridad y el olor a azufre invadió todo el espacio y comenzaron a desaparecer muchas casas, huertos y haciendas aplastados por la lengua humeante de lava que ocupaba los calles y arrasaba todo hasta detenerse en el mar donde moría con un estertor vaporoso. Los medios de comunicación no dejaron de informar de lo ocurrido, ni de dar consejos a la ciudadanía de cómo proceder. Y llegaron también los titulares. El obispo pedía arrepentirse de los pecados y ponerse a bien con dios, explicando que esto no era más que un castigo divino por nuestro mal comportamiento. El funcionario de turno en el Instituto Vulcanológico, que monitorizaba aquel evento geológico, explicó a su manera el fenómeno. Se trata, dijo, de erupciones volcánicas a partir de la comprensión de la generación, almacenamiento y propagación de magmas en la litosfera terrestre, que tienen una duración probable de no más de 3 meses, pues se trata de volcanes de conducto cerrado, es decir, el magma va creando su propio conducto al subir a la superficie y es controlable. Pocos le creyeron. Hubo mucha más gente que confió en la versión del obispo, aunque les entró algo de duda cuando el volcán cesó en su actividad a los 89 días. 

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