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Es cierto que detrás de cada ser humano se esconde una historia, pero no es menos cierto que a cada persona le acompañan otras muchas más historias, tantas cuantas dinosaurios encuentra en cada despertar...
11 abr 2025
Arqueólogo frustrado
Juan Badaya dedicó parte de su jubilación a conocer mejor su municipio a base de pasear de norte a sur y de este a oeste. Y poco a poco fue surgiendo en él la afición por las huellas del pasado. Todo empezó cuando visitó el viejo dolmen que ya estaba totalmente cubierto por la maleza. Protestó en el ayuntamiento y el concejal de cultura le dio tres sabias razones para mantenerlo olvidado: No hay dinero, si lo rehabilitamos nos lo vandalizan y si ha durado 4000 años durará otros tantos si lo dejamos así... Juan Badaya se dio por enterado y redobló los esfuerzos por conocer quiénes eran aquellos antepasados y por qué preparaban aquellos enterramientos monumentales. Y lentamente fueron creciendo como una telaraña en su cabeza los conocimientos sobre aquellos primeros ganaderos que se aposentaron en el valle en la Edad de Bronce. Y empezó a descubrir indicios de nuevos enterramientos prehistóricos, por ejemplo, piedras de grandes dimensiones que asomaban en el terreno, montículos en mitad de un terreno labrado, posibles túmulos... Decidió llamar a un arqueólogo e investigador que acudió intrigado en cuanto leyó el email que le envió. Juntos visitaron los restos documentados y los indicios que Juan Badaya veía por todas partes. El experto quedó alucinado. Aquí hay muchos puntos de presunción arqueológica. Habrá que avisar a las autoridades. El voluntarioso de Juan Badaya se vio envuelto en la elaboración de un informe donde le pidieron que diera la ubicación de cada lugar con GPS, el topónimo y el dueño del lugar. Además, se hizo cargo de documentar mediante ortofotos las modificaciones habidas en los dos siglos pasados por el ferrocarril, el oleoducto y la autopista que cruzan el lugar, así como la concentración parcelaria que tanto removió los caminos y viejas rutas ganaderas. El arqueólogo le felicitó por su trabajo y él se dio por satisfecho. Tenía depositadas muchas esperanzas en aquel invite, pero pronto llegó la decepción. Las autoridades culturales respondieron que gracias, que algo sabían de aquello y que no había dinero para abordar una investigación de tal nivel. Vamos, que lo archivaban y dejaban para tiempo mejores. Juan Badaya se dijo que ni siquiera sus nietos podrían saciar la curiosidad que aquello despertaban en él. Desde entonces este tema pasó a ser, sin más, algo recurrente en sus conversaciones.
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