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Es cierto que detrás de cada ser humano se esconde una historia, pero no es menos cierto que a cada persona le acompañan otras muchas más historias, tantas cuantas dinosaurios encuentra en cada despertar...
1 nov 2024
Me motoricé tarde
Mi padre fue ferroviario y yo me pasé mis primeros años viajando en tren. Tanto, que son contadas las ocasiones en la que anduve en coche. Comencé a moverme en autobús cuando me instalé en la ciudad. Y de bicis no quiero ni hablar. Había en casa una vieja bicicleta que perteneció al cura y que, como se había comprado una Vespa, se la regaló a mi abuelo. Pesaba, me contó él, arroba y media hablando a la antigua, unos 18 kilogramos, que ya es. Era tan robusta que resistió todas mis caídas y torpezas y años más tarde acabó en la chatarra indemne casi, sólo un poco oxidada y harta de mí. Ambos vivimos muchas aventuras y desventuras. Recuerdo que en una ocasión atropellé a la señora Clara que venía de comprar el pan. Ambos fuimos al suelo. Lo peor fue que una barra se clavó en el foco y rompió el cristal. El resultado fue que la señora anduvo unos días coja, yo magullado y la bicicleta “biroja”, vamos, que no se sabía para dónde miraba. En mi infantil inocencia pensé que yo era el culpable y acudí a confesar mi delito. El cura me pidió que le contara al detalle cómo había sido el accidente. Yo me di cuenta que el cura se moría de risa escuchándome y di por hecho que aquello era un pecado venial, o sea, que no era tan grave pillar a viejecitas. Claro, con aquellas confidencias el cura se hizo mi amigo y me preguntó si sabía quién le había pinchado la rueda de repuesto de la Vespa. ¡Huy! Me puse muy rojo, menos mal que no me veía en aquel confesionario tan oscuro, y le dije que no. Se lo creyó y me mandó de penitencia rezar un padrenuestro. Hice caso y me planté delante de un San Jorge que estaba en el retablo mayor de la iglesia alanceando a un dragón. Por si acaso no le miré a los ojos, porque le hubiera contado que sí, que fui yo el que agujereó la rueda de la Vespa clavando una lezna del taller de mi abuelo en el neumático. Era por probar si pinchaba, me disculpaba yo de pensamiento. El santo, ya se sabe que los santos todo lo saben, me preguntó: ¿Con una lezna? Eso es deleznable, me dijo. Yo me quedé con los ojos a cuadros. Otro que me vacila, pensé. Desde entonces empecé a sospechar que las cosas de la religión no eran muy serias.
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