22 mar 2024

Herencia

Murió la abuela de la familia y, como era de esperar, dejó sus bienes en este mundo. Y no esperaron mucho sus herederos que se apresuraron a abrir el testamento y hacer reparto. Y hubo un trajín tremendo con lo que había en la casa para ver qué se podía llevar cada cual, de recuerdo, como decían eufemísticamente. Entre tiras y aflojas arramplaron con vajillas, cubertería, juegos de cama, abrigos de piel, algún sillón, tallas de marfil, muebles... No dejaron de escudriñar todos los rincones con la esperanza de encontrar dinero en metálico escondido, una afición que sabían que la difunta abuela tenía. Por fin, satisfechos todos a medias pusieron la casa en venta. A la mujer ecuatoriana que había cuidado durante años a la fallecida le ofrecieron los muebles que quedaban. Ella se llevó la mesa del comedor y 6 sillas torneadas. Y la familia reanudó su vida olvidándose pronto los unos de los otros. No ocurrió así con la empleada que se llevó la mesa. En el traslado a su casa se rompió la tapicería de una de las sillas y no hubo más remedio que coser con grapas la tela a la estructura. Allí encontró un sobre escondido con cierta cantidad de dinero. No era mucho, y a pesar de algún que otro remordimiento, se lo quedó. Se lo devuelvo y se matan por el reparto, pensó. Y para no hacer mala conciencia y meterse en mayores problemas no investigó lo que había, o podría haber, en las 5 sillas restantes. Esperaré al finiquito final y ya veré qué hago, se dijo, recordando cómo la difunta pagaba sus servicios con retraso muy frecuentemente.
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