El cirujano estaba a su labor, cortar, extirpar, unir tejidos... La enfermera cumplía su trabajo. Todo de lo más normal. Entre ellos surgió una conversación de lo más rutinaria, llena de confidencias e intimidades. Hablaban de sus filias y fobias en el trabajo con nombres y apellidos, de la falta de habilidades de sus colegas, de los desplantes y minusvaloraciones personales sufridos, de las frustraciones que arrastraban. El paciente, allí tendido y sometido a sedación, fue despertando poco a poco y más o menos siguió la parte final de la conversación. Cuando despertó definitivamente miró con empatía a los que habían hurgado en sus entrañas y apuntó un par de nombres para vetar en futuras intervenciones. Por si las moscas.
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