Aquel niño era un cascabel, infatigable, curioso, amable y dispuesto a todo lo que se le ofreciera. Pero tuvo mala suerte, porque una profesora se atravesó en su camino. Eres muy charlatán, no te enteras de nada y distraes a la clase, le dijo. Encima eres malo para las matemáticas. El viernes quiero hablar con tus padres, le advirtió. El chaval quedó hundido y entró en una fase de pánico. La mujer que le cuidaba en horario de trabajo de los padres se percató de ello y habló con la madre. Este niño tiene un bajón importante de autoestima, con 7 años no se le puede desanimar tanto, se siente una mierda. Esa maestra le tiene que encauzar. La madre y el padre lo hablaron y ambos fueron el viernes anunciado a hablar con la docente. Desde luego, el chaval se sintió arropado. La conversación fue un tanto sinuosa, pero, vamos, llegaron a un acuerdo, que no fue otro que reconocer que ella tenía que reconducir el asunto. No te conformes con enseñar, el padre argumentó, eres pedagoga, haz que aprenda. La docente se sintió incómoda, pero, eso le decía a un compañero, no me puedo enfadar, porque han sido educados y encima, tienen razón.
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