El boticario presumía de tener toda la farmacia llena de remedios eficaces para combatir todos los sufrimientos y quebrantos de salud de todos los parroquianos. El veterinario, que presumía de agnóstico en todos los saberes de este mundo, le preguntó que cuál era su remedio preferido para los catarros. Agua, solo agua, respondió. Se quedó atónito.
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