Abrió el balcón de su cocina y localizó pronto en el colgador la camiseta que necesitaba aquella tarde para poder salir a correr por la campiña. Reparó que a su lado había unas cuantas prendas más. En un ataque inesperado de buen ánimo recogió toda la ropa colgada. De seguido se encontró con un problema, cómo guardarla. En ello se puso. Dobló a su manera las braguitas, un sujetador, varios calzoncillos, plegó camisetas, toallas, algún pantalón y lo dejó todo ordenado sobre la mesa de la cocina. Y salió a correr pensando que había dedicado bastante tiempo a aquellas labores, que le pareció difícil trajinar con prendas tan delicadas, que era una manazas inexperto en aquellas lides, que, vamos, nunca lo había hecho... Cuando ya llevaba varios km. más trotando y rompió a sudar se acordó de su mujer y reconoció que menudo trabajo hacía cuidando todo el año la ropa en casa. Tras una hora de ejercicio, regresó a casa y un vecino le sonrió, la anciana del tercero también y su mujer le dio un beso en el mismo rellano de la escalera. Ahí va, pensó, ¿qué pasa hoy? Eso tenías que haber hecho desde el primer día, dicen que le dijo la abuela del tercero que, al parecer, ya lo tenía todo hablado con su mujer. Ya es hora de que aprendas, remató.
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