El Tío Machuca sacó la conversación. No veas lo raro que me he sentido en el vagón del metro. ¿Pues? Nada, que entro, busco asiento, no lo encuentro, me coloco en una esquina, levanto la vista y veo un montón de gente joven que iban de góticos y raros de verdad. Todos me miraban a mí, como si fuera un intruso. El abuelo Simón esboza ya una sonrisa y pregunta, como haciéndose el ignorante. ¿Todos vestidos y calzados de negro, con cadenas plateadas y pelo y ojos maquillados en azabache? Eso, tal como lo dices. Y ¿qué pasó? Pues que todos me miraban a mí, conste que entiendo que más por curiosidad de ver un bicho extraño que por atemorizarme. Claro, tú eras el raro, se reía el Abuelo Simón. Así será, porque lo de raro debe ser pura estadística, ¿no? Todos iban "así y yo asao". Amigo, los viejos empezamos a despertar curiosidad cuando nos metemos en espacios juveniles. Somos invasores. Inoportunos, impropios. Atípicos, desubicados... Joder, no nos pongamos más adjetivos que nos querrán cobrar impuestos. Mira, en eso damos ejemplo. Siempre, somos ciudadanos raros.
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