El maltratador, solo conocido así en el círculo familiar, tuvo la "suerte" de que su mujer muriera por un cáncer en plena presentación de la demanda de divorcio, o sea, antes de presentarse ante un juez que pudiera poner las cosas en su sitio. Así que de la noche a la mañana pasó de ser un delincuente con delito y condena a ser considerado un respetable viudo. Pasó el tiempo, pasaron los años y quiso recomponer su autobiografía con la familia de la difunta, pero estos no olvidaban ni una. Así que lo mandaron por donde había venido, eso sí, sin decir una palabra más alta que otra. Se quedó hasta sin explicaciones, totalmente ignorado, sin poder entonar un mea culpa que les hubiera sonado a falso de verdad. Y él, que había sido un hombre del staff de un banco, con una cartera bien surtida de billetes, un triunfador de las finanzas, se fue como lo que era, un soplagaitas y maltratador indigno que nunca logrará el perdón ni el olvido de la familia de su difunta y maltratada esposa.
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