Como el otoño ya estaba empezado, aquella nuez tuvo la ocurrencia de soltarse del árbol y caer al suelo. Quedó tendida y olvidada entre unas hierbas y sintió un poco de soledad. No veía siquiera a colega alguno y como mucho adivinaba, allá en lo alto, a otras compañeras que seguían suspendidas y moviéndose al sol del viento. Pues estoy jodida, se dijo. Pronto detectó una presencia cercana, era una niña que iba recogiendo del suelo otras nueces caídas. Lo notó por el ruido que hacían al golpearse unas con otras en el bolsillo de la recolectora. Ella pasó desapercibida y siguió en su sitio. Así pudo presenciar seguidamente cómo la niña golpeaba con una piedra las nueces de una en una y se comía el fruto que con tanto esfuerzo guardaban en su interior. Sufrió muchos escalofríos mientras duró la operación y mucho alivio por haberse librado de aquel final tan cruel. Mientras se consolaba con aquellos pensamientos no advirtió que por su espalda se acercaba una oveja pastando. Iba derecha hacia ella. Notó cómo una lengua tibia la envolvía y cómo la introducía en una boca llena de dientes amenazadores. Captó un crujido, cómo se le quebraba el cuerpo, cómo era arrastrada por un oscuro conducto y perdió la conciencia. Tanto es así, que ya no pudo seguir con este cuento inacabado.
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