El abuelo Simón se deja llevar por sus pensamientos en voz alta. La vida doméstica de ella, dice, es muy predecible, no deja de ser una retahíla de acciones que se repiten a diario. Y ¿la tuya? Pues igual, tengo mis rutinas y manías. O sea, explica el tío Machuca, todo se gobierna por un código de normas no escritas que se deben respetar fielmente, ¿no? Eso es. La mínima transgresión desemboca en batalla. Mira, hoy he guardado un tenedor en el compartimento de las cucharas y me han puesto verde. Y yo ayer, salí con un calcetín con un estupendo agujerito en el dedo gordo. Que soy un desastre, me dijeron. Yo no soporto dormir con las persianas bajadas. Ni yo con la radio puesta. Es increíble que a nuestra edad nos quieran educar, se queja uno. Bueno, piensan que somos diamantes en bruto que aún pueden llegar a brillar, sugiere el otro. ¿Tú? O tú. Ya sé que somos un desastre, pero... Somos un desastre llevadero, no lo dudes. Será así. Amén, que así sea.
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