El cabo de la policía municipal que patrulla por mi barrio tiene un pajarito amaestrado que se le posa en el hombro cuando recorre la zona. Cada vez que los niños hacen alguna trastada descubre enseguida a los autores y, aparte del sermón que suelta, presume de que él lo sabe todo. ¿Cómo? ¡Ah, me lo ha dicho un pajarito, éste. La verdad es que los niños se lo creen todo y acaban mirando con desconfianza al gorrión que merodea su hombro y, desde luego, acaban portándose muy bien. El cabo de la policía, se ufana de haber hecho desaparecer la delincuencia infantil en el barrio. El policía que le acompaña que, por cierto, es el padre de mi nieto Marcelino, se muere de risa cuando oye eso y el cabo, le manda ponerse firmes, que no es serio, dice, desacreditar a un mando superior. El padre de Marcelino obedece aguantando las carcajadas como puede, mientras el pajarito se le acerca y le sorbe una lágrima que se le escapa. Menudo trío.
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