En los pasillos del Parlamento de Trifulkistán hay un hombre impasible que jamás se altera. Es el único. Mientras todos los políticos que por allí pululan afilan sus lenguas y garras para hundir al vecino, mostrando sin rubor sus falacias y perversas intenciones, este señor permanece impasible en mitad del fragor de la batalla, dando muestras de una sangre fría ejemplar. Es un funcionario apreciado por todos, por más señas de cartón piedra, que adorna la entrada del hemiciclo portando en sus manos una bandeja con unas hojas donde los asistentes pueden saber el menú del día en el restaurante de la Cámara Alta del país.
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