Mi abuelo Juan cuenta que se reía mucho de su vecino Santi cuando contaba ante los amigos su larga relación con los crece-pelos. Relataba que tiempo ha, acudió a una farmacia y pidió las pócimas milagrosas que resolvieran su alopecia preocupante. El farmacéutico le ofreció tres remedios y se ofreció a leer los prospectos informativos. Santi apenas sabía leer y estaba muy lejos de entender la jerga médica. Pero rápidamente decidió cuál comprar: Pelosidol. ¿Por qué ése?, le preguntaba mi abuelo. El boticario me explicó que después de frotarme la cabeza con el mejunje, tenía que lavarme las manos para que no me creciera el pelo en las palmas. Santi, en ese momento levantaba las manos y todos veían que allí no había un pelo. Siempre me lavo, añadía. Pero sus amigos tampoco observaban pelo en su cabeza. ¿Eso fue hace 10 años? ¡Qué va! 25. Te vemos las manos desgastadas, se mofaban unos. Lo tuyo es fe, le decían entre risas los otros.
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