Del tubo de escape de aquel Simca 1000 salía un humo muy negro. La Guardia Civil detuvo al vehículo en el arcén y pidió la documentación al conductor. Era un cura con una sotana rigurosamente negra. A su lado había una adolescente que iba de gótico total. Es mi monaguillo, explicó el sacerdote. Como los papeles parecían ser correctos, el agente quiso dejar clara su autoridad. ¿Sabe que su coche está contaminando? Perdone, es que vengo de realizar un exorcismo contra el mismísimo Satanás. ¿Y lo lleva en el depósito del combustible? Sí, es lo que le iba a decir, que hemos librado a una poseída de sus garras maléficas. Mire, ésta es su hija. ¿Ve qué a gusto se ha quedado? Ya, ahora entiendo. Combatimos el mal, agente. Pues mucho gusto, padre, duro con él y que las llamas del infierno, o su tubo de escape, lo devoren. Cuando el Simca 1000 se alejó envuelto en una negra nube y haciendo sonar una música infernal, el agente se rascó la cabeza. La pegatina que vio en el parachoques trasero le hizo sospechar. Eso de Lucifer Metal Band, tenía que haberlo investigado más, se dijo a sí mismo.
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