El señor alcalde acudió a la inauguración de una placita que habían rehabilitado recientemente. Allí, rodeado de vecinos y periodistas, descorrió la cortinilla y apareció una placa que bautizaba el lugar como "Rincón del Buen Vivir". Todos los presentes prorrumpieron en aplausos y vivas a la autoridad que no perdió la ocasión de lanzar un discurso autocomplaciente en el que invitaba al pueblo a ser feliz y vivir en prosperidad. Cuando finalizó el acto y desapareció la gente, un mendigo estudió el lugar, eligió un banco a la sombra de un naranjo prometedor y tomó posesión de su plaza fija de mendigo. En adelante allí pasaría las horas y hasta dormiría, si se terciaban las cosas. Se fijó en la placa e hizo una petición. Que sea verdad, pidió, apuntando con un dedo amenazador hacia el rótulo.
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