12 may 2021

Picardías

El mayordomo golpeó suavemente la puerta con los nudillos de su mano izquierda de la forma convenida y escuchó una voz que le invitaba a pasar. Ya dentro se dirigió a la marquesa con la fórmula habitual. ¿Un Perignon? Sí, perillán, contestó ella. Era la señal convenida. Y se inició la liturgia de las grandes ocasiones. Descorrió un gran cortinón que dejó a la vista un mueble bar repleto de delicadas botellas y copas, un diván de terciopelo y una mesita de caoba donde la dama degustó plácidamente del aperitivo mientras sonaba la Traviata de Verdi en un viejo gramófono. Poco a poco la atmósfera se fue haciendo algo más espesa y el mayordomo tuvo que tomar a la dama en sus brazos y reanimarla con algún que otro arrumaco y más de una carantoña. La marquesa no cesó de repetir "sí, sí, perillán", mientras le duró el sofoco. Reanimada, por fin, las cosas volvieron a su cauce y el palacete recobró su aire habitual. Ella contenta, porque no tendría que contarle a su confesor ningún pecado, pues sólo había sufrido un desvanecimiento. Y él orgulloso de sus dotes de amante. Para los 92 años que tengo, decía, estoy en forma.

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