12 feb 2021

A la segunda

Decidió por fin declararse y convertirla en su novia. Se preparó lo mejor que supo, eligió bien las palabras que iba a decir y buscó una excusa para ir de paseo al río y detenerse bajo la sombra de un viejo aliso que ofrecía sus raíces desnudas para sentarse como si fueran un diván. Todo salió perfecto, salvo su discurso aprendido que soltó con los ojos cerrados para concentrarse mejor. Quiero, susurró entre el murmullo del agua que corría por el cauce, vivir contigo, envejecer contigo, cuidarte y hacerte feliz. ¿Te parece buena idea? Como no obtuvo respuesta abrió los ojos y vio a su amada pendiente de la pantalla del móvil. Vaciló un instante sin saber si debía sufrir un ataque de cólera o de depresión. Parece ser que optó por lo segundo, pues quedó mudo como un canto rodado del río que corría a sus pies. Al poco ella reanudó la conversación. Me ibas a decir algo, ¿no? El, con una lágrima surcándole la mejilla, improvisó una explicación. Es que me emociona el agua cantarina, ¿a ti no? ¡Uy, qué sensible eres! ¿Me vas a querer así? Se cogieron de las manos y ya no hizo falta declaración oficial. 

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