9 oct 2020

Bosque justiciero

Erase una vez un leñador que penetró en el bosque para conseguir cargas de leña y venderlas en el mercado de la aldea. Pero, él lo sabía bien, debía esperar a que las astillas se secaran durante seis meses, así que buscó un claro en el bosque, cerca de un arroyo, y construyó un techado donde guardar la madera cortada. De paso, añadió un chamizo donde resguardarse, ya que las jornadas de trabajo eran intensas y necesitaba comer y descansar. Como el ambiente le empezó a gustar, buscó un árbol joven para que le diera sombra y se trajo un sauce llorón que plantó orientado al sur, cerca del arroyo y frente a la casa. Se alegró mucho de verlo crecer tan rápido y lo cuidó con mimo. He sido listo, pensó. En aquella primavera y verano trabajó duro y esperó la llegada del invierno para poder vender la leña en el mercado. Tuvo mucho éxito y casi se hizo rico. Como le faltaba muy poco para ser adinerado, contrató dos criados para la siguiente campaña y se pusieron a trabajar duro. Su ambición era tal, que hasta taló sin compasión el sauce bajo el que se cobijaba en la jornadas de sol. Y ocurrió que aquel invierno vendió mucho y por fin se hizo rico. Y se quedó en la ciudad. Y no volvió al bosque. Y vivió gastándose toda la pequeña fortuna que había logrado. Y empezó a vivir con más apariencias de las deseadas. Y al cabo de unos años no tuvo más remedio que volver al bosque y reiniciar su actividad de leñador. Y, por más que porfió, no encontró su cobertizo, ni el claro del bosque donde lo construyó. Había desaparecido. Solo quedaba el arroyo de agua clara y sonido alegre. Finalmente, distinguió unos troncos retorcidos y en mal estado, encontró su viejo camastro comido por las zarzas entre un ejército de ramas de sauce que brotaban del suelo a centenares. Entonces se percató de lo ocurrido. El sauce querido, una vez tallado, cumplió con su obligación, y del tocón y de sus raíces brotaron cientos de hijos que colmaron el antiguo claro del bosque y arrasaron hasta los recuerdos del leñador ambicioso. El llorón, en aquel momento, fue él.

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