16 sept 2020

Guerras fraternales


Cuando nació mi hermana Lola, mi madre no paró de gritar. Unos años más tarde me enteré que aquello fue un parto y que siempre ocurre con dolor. Pero como yo entonces era un niño no entendía las cosas de ese modo y pensé que todo era culpa de mi hermana. Así que la odié con toda mi alma desde el primer día de su existencia. Mira, pensaba, que hacer sufrir a mamá. Para vengarme ensayaba con la pobre Lolita toda clase de torturas. Hasta que me pillaron. ¿Quién pone sal en el chupete? La pregunta era retórica, porque sólo podía ser yo. Me confesé con mi madre. Me apretó contra su pecho, se rio mucho y me dio un beso muy largo y ruidoso. Lolita se puso a llorar, estoy seguro que de celos. Desde entonces, me dediqué a fastidiarla provocando los besos más sonoros que mi madre nunca más habrá dado en su vida.
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