22 may 2020

Los goces y gozos de un lector



Hay veces que ocurren historias casuales que tienen su aquél. Eso le ocurrió al que esto escribe y que lo va a contar siguiendo el canon más clásico. Veamos, pues. Érase una vez un confinado por causa de una pandemia que leyó una crítica de un reputado escritor sobre el libro Dublineses escrito por James Joyce, allá por el lejano 1905. De repente, al ciudadano encerrado se le desató la curiosidad y buscó el texto del irlandés en forma digital. En dos días lo dio por leído. No eran más que trece cuentos de índole realista en el que aparecían gentes, hechos y ambientes de la sociedad dublinesa de primeros del S. XX. No le pareció aburrido, más bien fue para él un acercamiento a la vida corriente, a los anhelos, penas, sudores, dichas y convencionalidades de aquellas gentes que, a pesar del tiempo transcurrido, no dejaban de parecerse mucho a los seres humanos que respiran los aires del actual siglo. Y le gustó. Pero quisieron los hados que aquello tuviera un bonito final y, cosas de confinamiento obligado al que estaba sometido, fue que halló perdido en un anaquel de su biblioteca doméstica una DVD con la película Dublineses (Los muertos), dirigida por Jonh Huston en 1987. Éste es, casualmente, el último cuento del libro de Joyce. Y fue un colofón perfecto, pues el protagonista de esta historia tejida de tantas casualidades, quedó muy satisfecho. Y desde entonces, colorín colorado, el afortunado lector da gracias a los tres creadores que tanto disfrute le proporcionaron. A saber, Mario Vargas Llosa por su acercamiento crítico (La verdad), James Joyce por el libro y John Huston por el film. Menudos tres.
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