Hay
veces que ocurren historias casuales que tienen su aquél. Eso le
ocurrió al que esto escribe y que lo va a contar siguiendo el canon
más clásico. Veamos, pues. Érase una vez un confinado por causa de
una pandemia que leyó una crítica de un reputado escritor sobre el
libro Dublineses escrito por James Joyce, allá por el lejano 1905.
De repente, al ciudadano encerrado se le desató la curiosidad y
buscó el texto del irlandés en forma digital. En dos días lo dio
por leído. No eran más que trece cuentos de índole realista en el
que aparecían gentes, hechos y ambientes de la sociedad dublinesa de
primeros del S. XX. No le pareció aburrido, más bien fue para él
un acercamiento a la vida corriente, a los anhelos, penas, sudores,
dichas y convencionalidades de aquellas gentes que, a pesar del
tiempo transcurrido, no dejaban de parecerse mucho a los seres
humanos que respiran los aires del actual siglo. Y le gustó. Pero
quisieron los hados que aquello tuviera un bonito final y, cosas de
confinamiento obligado al que estaba sometido, fue que halló perdido
en un anaquel de su biblioteca doméstica una DVD con la película
Dublineses (Los muertos), dirigida por Jonh Huston en 1987. Éste es,
casualmente, el último cuento del libro de Joyce. Y fue un colofón
perfecto, pues el protagonista de esta historia tejida de tantas
casualidades, quedó muy satisfecho. Y desde entonces, colorín
colorado, el afortunado lector da gracias a los tres creadores que
tanto disfrute le proporcionaron. A saber, Mario Vargas Llosa por su
acercamiento crítico (La verdad), James Joyce por el libro y John Huston por el film. Menudos tres.
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