El
batallón invisible avanzó por las calles de la ciudad sin encontrar
resistencia. Todo el mundo se daba por rendido. Las redes sociales
habían difundido un pensamiento incuestionable que defendía quien quisiera vivir tenía que estar confinado en su casa sin
rechistar y respetar todas las consignas dictadas por la autoridad.
Básicamente le estaba permitido salir a trabajar o adquirir viandas
o ir directamente a los hospitales. De lo contrario quedarían
atrapados por la nueva pandemia que aniquilaba a la gente. ¿Con qué
armas contaba la potencia extranjera que nos sometió? Dos
únicamente: un poderoso sistema de propaganda y difusión de ideas y
consignas y, por otra parte, una poderosa vacuna que les hacía
inmunes al virus malhadado. No se disparó un tiro, no se vio un
misíl, no se necesitaron grandes naves por cielo y mar, ni siquiera
se vio un cuerpo de choque uniformado que colocara una bandera que
expresara su dominio. La verdadera infantería era un ejército de
virus que simplemente hacía su labor, masacrar a los enfermos y
aterrorizar a los vivos. Aquel día los supervivientes nos
convertimos en peleles. Hubo dudas entre los historiadores sobre cómo
nombrar aquellos acontecimientos. O se llamó la I Guerra Biológica
Mundial o se la citó como la I Guerra On Line de la historia.
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