9 mar 2020

Método para lavar conciencias

Don Tomás Villacil era una fraile furibundo y aterrador. Soltaba unos sermones en los que era capaz de citar los pecados más comunes de los alumnos masculinos de aquel internado y, seguido, presentar las penas eternas que nos caerían a todos de morir al día siguiente. No olvidéis, nos decía, Paolo de Tocaila cometió el pecado solitario por la noche en su cama, y al amanecer apareció muerto, tieso y frío, por un ictus. ¿Dónde fue? Y tras un silencio muy calculado nos explicaba el destino. ¡Al infierno! Todos temblábamos y prometíamos cumplir fielmente, al pie de la letra, como si de frailes cirtercienses se tratara, todos los mandammientos de la ley divina. Cierto, lo confieso, es la vez que más cerca estuvo Juan Badaya de convertirse definitivamente en creyente y practicante. Me salvó de dar el paso Angel Doce, un alma caritativa que se encontraba a mi lado y que me abrió una luz. Tranquilo, Juanito, me dijo, tú, hagas lo que hagas, duérmete siempre con un acto sincero de contrición. Oséase, arrepentimiento y propósito de enmienda, que eso lava toda culpa y da pasaporte, como menos, al purgatorio. ¡Uf, qué liberación!
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