Cuentan
unos textos muy antiguos que en época pretérita existía un dios autoritario
y mandón que todos los días daba lecciones a sus fieles. Es el caso
de un tal Jonás, de profesión profeta, que desobedeció la orden de
ir a predicar a Nínive, una ciudad depravada y pecadora, alejada del
orden y de los mandamientos divinos. Al tal Jonás le entró canguelo
por el encargo y huyó a Tarsis, una ciudad mediterránea de la
antigua Iberia, donde seguramente quería pasar desapercibido debajo
de una palmera. Pero en el camino se desató una tormenta tremenda y
los marinos consideraron que aquello tenía que ser un castigo divino
por algún pecado gordo de alguien de la marinería o del pasaje. Las
pesquisas dieron su fruto y el tal Jonás confesó su desobediencia.
Así que sin grito de ¡hombre al agua! lo tiraron por la borda y
asunto arreglado. Cesó milagrosamente la tormenta y el profeta quedó
en serios apuros, braceando para no morir ahogado. Y tuvo suerte,
porque una ballena bondadosa se lo tragó, lo tuvo tres días y tres
noches en su interior y lo vomitó sano y salvo en las costas de
Nínive, justo donde su dios le había pedido cumplir su misión. Que
se sepa Nínive se ubicaba en la actual Mosul iraquí y dista, por
los menos, 400 km del mar. Así que el tal Jonás se tuvo que hacer
una buena caminata para llegar al lugar de su predicación, quizás
fortalecido por la papilla de placton que pudo ingerir en el interior
del cetáceo. En llegando comenzó su prédica dejando caer que, si
no se arrepentían de sus pecados, la ciudad quedaría destruida a
los 40 días. Sabemos algo más de sus argumentos, pero lo importante
es que todos los ninivitas, sin faltar ninguno, se arrepintieron y la
ciudad siguió en pie y sus habitantes con vida. Pero resulta que el
tal Jonás era un poco resentido y se sintió fustrado al no ver la
ciudad destruida, ya que él era de otra tendencia política y no le
gustaban los enemigos de Israel. Pues se tuvo que fastidiar. Para
consolarse se retiró al desierto y no lo debió pasar bien, porque
de nuevo tuvieron que socorrerle por vivir a la intemperie sin
protección alguna. Dios hizo crecer "una calabaza vinatera"
prodigiosa, probablemente una vid, que por lo menos le proporcionó
sombra. Pero el protestón de Jonás seguía enojado y su dios quiso
darle una lección. Mandó unos gusanos que se comieron la planta y
el profeta rezongón se quedó con la calva al aire, expuesto a un
sol abrasador. Cuando estaba más que desesperado, a punto de adjurar
de su dios, éste se le acercó con el censo en la mano y le hizo
esta reflexión: Tú, egoísta, ¿te preocupas por la desapación de
una planta, a la que no has sembrado ni cuidado, y no entiendes que
yo me preocupe de que no desaparezcan los 120.000 habitantes de
Nínive? ¿No tienes compasión por personas y animales y sí por una
planta, dicho sea de paso, con tanto futuro? Parece ser que el tal
Jonás se arrepintió de su obcecación y escribió un libro. En él
se hace, según los estudiosos, una encendida defensa de la
importancia de obedecer siempre a dios y cumplir sus mandatos. Y dio
mucho que hablar. O leer, vamos. Hasta hoy.
FUENTE:
El libro de Jonás. Profetas menores. Antiguo Testamento de Iglesias
cristianas. En el Corán se recoge como uno de los profetas (Corán
37 (As-Saaffat),
139–148). Y en el Tanaj judío es el quinto de los profetas menores
del Nevi'im, hijo de Amitai.
_____ _____
No hay comentarios:
Publicar un comentario