20 mar 2020

Cuentos fantásticos con significado



 Cuentan unos textos muy antiguos que en época pretérita existía un dios autoritario y mandón que todos los días daba lecciones a sus fieles. Es el caso de un tal Jonás, de profesión profeta, que desobedeció la orden de ir a predicar a Nínive, una ciudad depravada y pecadora, alejada del orden y de los mandamientos divinos. Al tal Jonás le entró canguelo por el encargo y huyó a Tarsis, una ciudad mediterránea de la antigua Iberia, donde seguramente quería pasar desapercibido debajo de una palmera. Pero en el camino se desató una tormenta tremenda y los marinos consideraron que aquello tenía que ser un castigo divino por algún pecado gordo de alguien de la marinería o del pasaje. Las pesquisas dieron su fruto y el tal Jonás confesó su desobediencia. Así que sin grito de ¡hombre al agua! lo tiraron por la borda y asunto arreglado. Cesó milagrosamente la tormenta y el profeta quedó en serios apuros, braceando para no morir ahogado. Y tuvo suerte, porque una ballena bondadosa se lo tragó, lo tuvo tres días y tres noches en su interior y lo vomitó sano y salvo en las costas de Nínive, justo donde su dios le había pedido cumplir su misión. Que se sepa Nínive se ubicaba en la actual Mosul iraquí y dista, por los menos, 400 km del mar. Así que el tal Jonás se tuvo que hacer una buena caminata para llegar al lugar de su predicación, quizás fortalecido por la papilla de placton que pudo ingerir en el interior del cetáceo. En llegando comenzó su prédica dejando caer que, si no se arrepentían de sus pecados, la ciudad quedaría destruida a los 40 días. Sabemos algo más de sus argumentos, pero lo importante es que todos los ninivitas, sin faltar ninguno, se arrepintieron y la ciudad siguió en pie y sus habitantes con vida. Pero resulta que el tal Jonás era un poco resentido y se sintió fustrado al no ver la ciudad destruida, ya que él era de otra tendencia política y no le gustaban los enemigos de Israel. Pues se tuvo que fastidiar. Para consolarse se retiró al desierto y no lo debió pasar bien, porque de nuevo tuvieron que socorrerle por vivir a la intemperie sin protección alguna. Dios hizo crecer "una calabaza vinatera" prodigiosa, probablemente una vid, que por lo menos le proporcionó sombra. Pero el protestón de Jonás seguía enojado y su dios quiso darle una lección. Mandó unos gusanos que se comieron la planta y el profeta rezongón se quedó con la calva al aire, expuesto a un sol abrasador. Cuando estaba más que desesperado, a punto de adjurar de su dios, éste se le acercó con el censo en la mano y le hizo esta reflexión: Tú, egoísta, ¿te preocupas por la desapación de una planta, a la que no has sembrado ni cuidado, y no entiendes que yo me preocupe de que no desaparezcan los 120.000 habitantes de Nínive? ¿No tienes compasión por personas y animales y sí por una planta, dicho sea de paso, con tanto futuro? Parece ser que el tal Jonás se arrepintió de su obcecación y escribió un libro. En él se hace, según los estudiosos, una encendida defensa de la importancia de obedecer siempre a dios y cumplir sus mandatos. Y dio mucho que hablar. O leer, vamos. Hasta hoy.


FUENTE: El libro de Jonás. Profetas menores. Antiguo Testamento de Iglesias cristianas. En el Corán se recoge como uno de los profetas (Corán 37 (As-Saaffat), 139–148). Y en el Tanaj judío es el quinto de los profetas menores del Nevi'im, hijo de Amitai.
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