Un
picorcito incómodo empezó a irritar la nariz del Papa Clementino
XVI. Se hurgó el orificio nasal con cuidado y no pudo detener la
molestia que fue in crescendo hasta llegar al estornudo. Su médico
personal le pidió previamente que cerrara los ojos. Es que si no, se
le saltarán, Santo Padre. El pontífice quedó tan agradecido que al
día siguiente publicó un edicto, "De
conservatione oculis meis", que
obligada a todos los creyentes a estornudar con los ojos cerrados.
Alguno no hizo caso y, aunque le costó lo suyo, no perdió la vista.
Pero sí un poco la fe.
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