5 feb 2020

Camino del agnosticismo

Juan Badaya tenía apenas superados los 10 años cuando se enteró de que las ballenas no se podían tragar a nadie, que su comida consistía exclusivamente en toneladas de seres minúsculos que forman el placton marino. Entonces el que esto escribe le preguntó a aquel profesor de Ciencias Naturales que se llamaba don Jerónimo, ¿que pasó con Jonás? ¿No se lo comió una ballena y a los tres días lo depositó milagrosamente en tierra? El profesor iconoclasta se despachó sonriente con una frase críptica: Cuando seas mayor y estudies teología lo entenderás. Dios escribe recto con líneas torcidas, que lo sepas. Aquello sonó como un golpe de maza en un timbal, por lo menos un timbal de la época de Nabucodonosor II, rey babilonio que conquistó Jerusalen 2.500 años ha. Y el mazazo se grabó en la mente de un servidor como un interrogante que tendría que despejar a lo largo de su vida. No fue cierto, no tardó mucho en sacar conclusiones. A la vista quedan.
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