Juan
Badaya tenía apenas superados los 10 años cuando se enteró de que
las ballenas no se podían tragar a nadie, que su comida consistía
exclusivamente en toneladas de seres minúsculos que forman el
placton marino. Entonces el que esto escribe le preguntó a aquel
profesor de Ciencias Naturales que se llamaba don Jerónimo, ¿que
pasó con Jonás? ¿No se lo comió una ballena y a los tres días lo
depositó milagrosamente en tierra? El profesor iconoclasta se
despachó sonriente con una frase críptica: Cuando seas mayor y
estudies teología lo entenderás. Dios escribe recto con líneas
torcidas, que lo sepas. Aquello sonó como un golpe de maza en un
timbal, por lo menos un timbal de la época de Nabucodonosor II, rey babilonio
que conquistó Jerusalen 2.500 años ha. Y el mazazo se grabó en la
mente de un servidor como un interrogante que tendría que despejar a
lo largo de su vida. No fue cierto, no tardó mucho en sacar
conclusiones. A la vista quedan.
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