4 dic 2019

Okupa

Encontramos la casa llena de colillas, con ceniceros sin limpiar desde no se sabe cuándo, latas de gas de rellenar encendedores por doquier, sillas, aparatos amontonados en la terraza, armarios cerrados con llave con ropa intacta, libros llenos de polvo, todos los cuadros en las paredes y ninguna cortina. El desorden era evidente, al igual que la suciedad. Cuando el funcionario del Juzgado le pidió la llave, la entregó sin rechistar. Dejó la casa y desapareció. Su figura aún mostraba algo de compostura, no sabemos más. Hubo que limpiar la vivienda y convertirla en habitable, algo que costó un tiempo y costó su dinero. Y se corrió un tupido velo. Ya nadie habla de aquel intruso que se acomodó en la casa y no pagó un céntimo durante los muchos años que la ocupó. Ni siquiera del bastón de ciego que olvidó en la puerta al salir.
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