2 ago 2019

Idealista con perspectiva

Luis Antonio aspiró a ser santo desde el primer día que oyó contar historias de misioneros y frailes heroicos. En aquel entonces una consigna se quedó grabada en su mente, había que cambiar el mundo. Y aquella certeza testaruda se le quedó grabada a fuego en el corazón. Probó con ser cura, y después de verificar que la justicia y la felicidad se transportan en un coche que avanza con el freno de mano echado, lo dejó. Después se hizo político, y tras ver que todo el mundo se miraba demasiado al ombligo, lo dejó. Anduvo un tiempo despistado y confuso, hasta que el destino le llevó a vivir al lado de un terreno yermo que le llamó la atención. Lo hizo revivir y se hizo hortelano, una vocación que nunca abandonó. Por lo menos, decía, esto me hace feliz, es la última frontera pausible que me aparece en el horizonte.
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