Luis
Antonio aspiró a ser santo desde el primer día que oyó contar
historias de misioneros y frailes heroicos. En aquel entonces una
consigna se quedó grabada en su mente, había que cambiar el mundo.
Y aquella certeza testaruda se le quedó grabada a fuego en el
corazón. Probó con ser cura, y después de verificar que la
justicia y la felicidad se transportan en un coche que avanza con el
freno de mano echado, lo dejó. Después se hizo político, y tras
ver que todo el mundo se miraba demasiado al ombligo, lo dejó.
Anduvo un tiempo despistado y confuso, hasta que el destino le llevó
a vivir al lado de un terreno yermo que le llamó la atención. Lo
hizo revivir y se hizo hortelano, una vocación que nunca abandonó.
Por lo menos, decía, esto me hace feliz, es la última
frontera pausible que me aparece en el horizonte.
_____ o _____
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