De
chaval me quedé fascinado con las historias de Julián. Vivía en un
sótano y las ventanas de la cocina y del salón de su casa daban a
la calle. Me decía que se pasaba horas mirando los pies de la gente
que caminaba por las aceras, que podía adivinar casi siempre de qué
sexo o edad eran y que incluso adivinaba el estado de ánimo de cada
cual según la viveza de su caminar. Más tarde me intrigó con sus
comentarios sobre las piernas de las chicas que veía desfilar. ¿Qué
ves? Mucho, me decía, más que los calcetines. Desde entonces le
consideré un hombre con suerte e intenté que me invitara a su casa.
Y ese día llegó con la excusa de hacer juntos los deberes. Yo los
llevé hechos para ganar tiempo. Mientras se los dictaba no dejaba de
mirar a la ventana. Llegué a ver muchas rodillas e incluso atisbé
los muslos de una niña de unos 4 años. ¿Esto es todo? Bueno,
espera al verano, la situación mejora. Claro, aquel verano nunca
llegó y no pude nunca comprobar hasta qué punto exageraba. Bueno,
aquello me vino bien, porque me despertó la fantasía de adolescente
y dejó que no se me pudriera la imaginación. Aún me dura un poco.
_____ o _____
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