10 jul 2019

Ventana al mundo

De chaval me quedé fascinado con las historias de Julián. Vivía en un sótano y las ventanas de la cocina y del salón de su casa daban a la calle. Me decía que se pasaba horas mirando los pies de la gente que caminaba por las aceras, que podía adivinar casi siempre de qué sexo o edad eran y que incluso adivinaba el estado de ánimo de cada cual según la viveza de su caminar. Más tarde me intrigó con sus comentarios sobre las piernas de las chicas que veía desfilar. ¿Qué ves? Mucho, me decía, más que los calcetines. Desde entonces le consideré un hombre con suerte e intenté que me invitara a su casa. Y ese día llegó con la excusa de hacer juntos los deberes. Yo los llevé hechos para ganar tiempo. Mientras se los dictaba no dejaba de mirar a la ventana. Llegué a ver muchas rodillas e incluso atisbé los muslos de una niña de unos 4 años. ¿Esto es todo? Bueno, espera al verano, la situación mejora. Claro, aquel verano nunca llegó y no pude nunca comprobar hasta qué punto exageraba. Bueno, aquello me vino bien, porque me despertó la fantasía de adolescente y dejó que no se me pudriera la imaginación. Aún me dura un poco.
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