Fulano
de Tal se compró un aparato que detectaba la presencia de metales.
Era cuestión de pasarlo por el suelo y esperar a que soltara un
pitido. Si el metal oculto era grande o pequeño sonaba más o menos
agudo. Al principio, Fulano de Tal encontró chatarra, monedas y poca
fortuna. Pero un día se hizo muy famoso y apareció en todos los
periódicos. Encontró en una cuneta una bala, para más señas,
alojada en un cráneo que, por más señas, pertenecía a un
personaje local desaparecido en la guerra y que, luego se supo, había
sido sumariamente ejecutado. Pronto pusieron nombre y apellidos a los
restos y se le rindieron los honores mínimos que un ser humano se
merece. Como dijo el alcalde en un acto oficial, reparación,
justicia y verdad. Fulano de tal, sorprendido y asustado por el
revuelo y trascendencia de su inocente actividad, miraba a su aparato
sin entender mucho. Eso de hacer aflorar la memoria triste de una
guerra no le gustaba. ¿Para qué enredarnos con cosas del pasado? Y
justo en aquel momento el artilugio detector de secretos comenzó a
soltar un agudo pitido que desconcertó a Fulano de Tal. ¿Estaré
equivocado? ¡Pi, pi, pi!, insistía el detector.
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