El
joven estudiante construyó un cuento de un tirón, en apenas 5
minutos. Mucho más tiempo le llevó corregirlo, mejorar el léxico,
ajustar la sintaxis y dotarlo de una coherencia poética y sugestiva.
Y con la última mirada se enamoró perdidamente de su obra, tanto
que quedó cautivado con el magnetismo de la historia. Así sufrió
el primer ataque severo de insomnio. Soy como San
Virila,
se dijo, el monje del monasterio de Leyre que quedó dormido por
años, extasiado ante el canto de un ruiseñor. Y así despertó no
un escritor prometedor, sino el narcisista que llevaba dentro, algo
muy distante del monje que mencionaba.
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