Los
señores ricos de mi pueblo llevaban corbata. Mi abuelo, que era
menos rico, siempre se ataba el primer botón de la camisa. Nunca
conseguimos que dejara ver libremente el gaznate, porque, decía,
tenía frío. El día de mi boda se vistió, por primera vez en su
vida, con corbata. Esto, dijo, es cómodo, me calienta el pescuezo. Y
desde entonces ya nunca se la quita. Es el pobre del pueblo más
señoriamente vestido. Este invierno, explicó el primer año, es el
que menos he tosido. Mi abuela confesó luego, que hay noches que
hasta dormía con la dichosa prenda. Yo misma me veo como una
marquesa, dijo.
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