1 mar 2019

Pecador reincidente

Se pasó toda la vida haciendo méritos para ganarse el cielo, pero un desliz grave contra el noveno mandamiento, que cometió, antes del grave accidente sufrido que lo tenía en coma inducido en la Unidad de Cuidados Intensivos, lo tenía amargado. Se le acercó una neoróloga y le preguntó qué era lo que tanto le incomodaba. Naturalmente no respondió, pero su electroencefalograma mostraba una inquietud inexplicable. El equipo médico decidió sedarlo para favorecer la eliminación del hematoma intracraneal y permitió que la familia cercana lo pudiera visitar diariamente al menos durante 5 minutos. Con ellos se coló un cura amigo. La percepción del enfermo le permitió advertir la visita y sintió que aquél hombre de Dios, con la bendición que le dedicó, perdonó su pecado. El hizo un sincero acto de contrición y quedó sereno como un lindo atardecer. Y así es como se inició la mejora de aquel pecador, hasta el punto de que un día abrió por fin los ojos. La neuróga auscultó al paciente y dio las indicaciones precisas al equipo de enfermería para que le atendieran. Pero las cosas se torcieron, porque el pronunciado escote de una de las enfermeras hizo que aquel hombre, por lo que se ve pecador y reincidente, hizo que se dejara llevar por el vicio irresistible de tener un mal pensamiento, y de nuevo se sintió abrumado por faltar al noveno mandamiento de la Ley de Dios. Empeoró al instante y de nuevo la zozobra se reflejó en los aparatos que escaneaban su cerebro, sin que el equipo médico encontrara alguna explicación. Afortunadamente, el cura era de visita diaria, y contribuyó como el que más a la sanación definitiva. Cuando el enfermo recuperó ya la consciencia de manera permanente, se confesó de verdad y quedó para siempre en paz con Dios y más consigo mismo. Pero pidió un favor al señor cura. Venga todos los días al anochecer a darme confesión, que necesito el perdón de Dios, que los ojos se me van sin poderlo remediar. 
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