Me
enrolé de niño en un barco de carga y llegué muy lejos. No tenía
nada que ver que mi padre fuera el capitán, porque pronto mostré
maneras. Estaba al servicio de todos, pero yo siempe encontraba la
manera de sacar provecho. Por ejemplo, descubrí que era posible
comprar hojas de afeitar en un puerto y venderlas en el siguiente por
veinte veces su valor. Y de este modo es como hice amistad con el
dinero. También reconozco que los marinos eran fáciles, porque mira
que les engañaba con la bebida. Más de una vez me acercaba a la
cocina y llenaba varias botellas con vino, sólo la mitad, porque el
resto era agua que tomaba del tonel de los garbanzos que estaban a
remojo. ¡Jo! Se lo bebían todo y hasta algunos se emborrachaban.
Con estas y otras tretas es como fui haciendo fortuna y haciéndome
mayor. Después ya tuve que hacer cosas más serias, de las que salí
como pude, como la guerra en mi país y también en Europa. Pero eso
lo dejo para después, que eso son palabras mayores y esto es un
relato breve. ¡Ah, que no me he presentado! Me llamo Lezo de
Urreztieta.
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