Le
pidieron a un escultor, hijo del pueblo, que creara una obra para
embellecer una de las nuevas rotondas de la carretera de entrada y salida en
la localidad. Debía ser hermosa y recoger el espíritu del pueblo, en pocas palabras, su identidad. El artista se lo pensó
mucho. Se trataba de una tierra de viticultores que trabajaban de sol
a sol en el campo. Así que preparó un botijo gigante que manaba
vino. Bueno, agua tintada que se movía en un circuito cerrado. En la
panza del botijo dejó escrito en cinco idiomas lo de "bienvenidos"
por el este y "hasta pronto" por el oeste. Fue muy
celebrada. Pero pronto hubo que tomar medidas, pues era motivo de
despiste para más de un conductor que, embrujado por la obra
artística, por los textos o por los supuestos vapores del vino que
generosamente brotaba del botijo, tomaba la curva de mala manera y
acababa descalabrado. El ayuntamiento decidió plantar olivos en su
derredor, consiguiendo que la obra escultórica fuera visible
únicamente para los viandantes. Hoy ya nadie habla de la rotonda del
botijo, que ya le han cambiando hasta el nombre.
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