Subido
en la bicicleta cruzaba el paseo de la playa sorteando viandantes,
perros, manteros, mobiliario urbano... La verdad es que era un poco
temerario y algunas personas le recriminaban su imprudencia. Todo
acabó en una isleta que no llegó a divisar a tiempo. Lo sacaron con
sumo cuidado de encima de un cactus que había cedido por la fuerza
la mitad de las espinas. Un jubilado cascarrabias no dejó de
celebrar el incidente. Te lo mereces, por gilipollas, le decía. Su
esposa iba más lejos. ¿Ves? Dios te castiga, a ver si aprendes. Un
mendigo le quería pegar. Y la policía lo defendió hasta que un
sanitario acabó de extraer espinas de la piel y la ropa. El
ciclista, con los ojos cerrados y entre quejidos, aceptaba resignado
todo lo que le decían. A fin de cuentas, era culpable, convicto y
confeso, con un veredicto unánime e inapenable, dictado por un
jurado popular. Pocos casos de justicia pueden concitar tanta
unanimidad en este país. Como para protestar estaba él.
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