Chantal
Fleury nunca habló bien de Napoleón, nunca entendió que sus
compatriotas vivieran seducidos por el Petit Caporal, el pequeño
cabo, como le llamaban orgullosamente sus soldados. Y nunca lo
entendió, porque el emperador se llevó a su padre y a dos tíos a
la campaña de Rusia y más tarde a dos de sus hijos varones a
Waterloo. Todos fueron enterrados lejos de la aldea de donde
partieron. Chantal Fleury jamás pudo querer al que muy a menudo, y a
escondidas, llamaban el
Ogro de Ajaccio, en honor a sus méritos y lugar de nacimiento. Pero
eso sí, siempre maldecía con sus peores juramentos al pasar por
delante de la estatua del hombre de la mano en el pecho que erigieron
en la capital.
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