El
reportero acudió. micrófono en mano. a pedir opinión a un grupo de
gente que descansaba a la sombra en los soportales de la plaza de
Alpedriza. Todos fueron muy locuaces, desde los viejos,
hasta los jóvenes. No hubo un tema en el que se abstuvieran de
opinar, ni de políticas de igualdad, cambio climático, corrupción,
sexo, pensiones, inmigración, demografía... El reportero grabó
material como para decenas de programas en los que estaba garantizado
reírse y llorar de pena. Al final se le acercó un hombre que
permanecía callado. Soy el maestro, dijo, estoy acostumbrado a que
los ignorantes sean los que más hablan. Ya sabe, explicó, la
ignorancia es atrevida. Comprenda, argumentó el reportero, yo vivo
de esto. Pues yo no, replicó seco el maestro.
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