17 sept 2018

Sentido del ridículo

Tiró del hilo y no apareció el ovillo, sino algo inesperado: una apertura incómoda e indiscreta en el pantalón. Estuvo todo el día sentado en el bar, hasta el cierre. Llegó a casa a ratos con las manos unidas por la espalda, como un aristócrata veneciano, y a ratos pegado a las paredes, avanzando como lo hacen los indios taimados en los wester de Jonh Ford. Salió bien, en su opinión. No hubiera podido soportar que le señalaran con el dedo o que alguien se riera de él.
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