El
señor Bergés se llevó una sorpresa el día que se le acercó un
cliente conocido a la ventanilla del banco. Quiero retirar todo mi
dinero, le dijo. El empleado comprobó en el ordenador que se trataba
de una cantidad considerable, muy importante, e inició una
estrategia de persuasión para que el cliente no lo hiciera. Que si
dónde lo lleva, que si ellos le podrían ofrecer mejor rentabilidad,
que si podrían igualar e, incluso, mejorar las ventajas ofrecidas,
que si... El cliente conocido le cortó por lo sano. Mire, le dijo
sin reservas, llevo mis ahorros a la banca ética, que quiero que mi
dinero sirva para causas más justas que las de este banco. El bueno
del señor Bergés le miró a los ojos y no tuvo más remedio que
admitirlo. Eso, confesó, es algo que nosotros no podemos igualar. Y
así se zanjó el asunto.
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