El
tío Machuca llevaba ya unos días abrumado por la cercana visita de
su nieta Joana. Llegaba desde México para presentar a la familia a
su niña recién nacida y el buen hombre, como todo jubilado que se
precie, entendía que tendría que echar una mano a su nieta con todo
el trajín. Que los jóvenes se apañan solos, que los viejos
estorbamos, le sermoneaba el abuelo Simón. Eran consuelos en balde.
Aunque, a los dos días, recién llegadas las dos visitantes, la
conversación del Tío Machuca cambió completamente. Contaba
nervioso que la nieta había traído tres maletas, la niña, Izaro de
nombre, en brazos, dos bolsas al hombro, y ¡no te jode! hablaba a la
vez por el móvil. ¡Ja, ja! se reía el abuelo Simón, ¿le has
ayudado en algo? En nada, ¡me ha dicho que me encargue del perro!
Entre las carcajadas de su amigo se
oyó a duras penas la última frase del Tío Machuca. La he mandado a
la mierda.
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